Parar y conectar con uno mismo.
Son conceptos bastante desconocidos para la mayoría de las personas hoy en día, en especial, para los jóvenes y adolescentes.
Cada vez es más raro que un adolescente dedique tiempo a leer o escribir por interés propio, actividades que, precisamente, son de lenta cocción y que, además, nos permiten desarrollar la empatía, gestionar las emociones, comprender al otro al tiempo que a nosotros.
Pero no les culpemos. Son víctimas del contexto que les ha tocado vivir; se han encontrado una sociedad en la que no hay conciencia del límite, donde se promueve el consumismo, la velocidad, la sobrecarga de información y la interacción digital.
Simplemente hacen lo que pueden.
Sea como sea, es evidente que se han acostumbrado a hacer muchas cosas a la vez ya hacerlas rápidamente, pudiendo llegar a ser muy eficientes. Sin duda, superan a cualquier otra generación. Pero con un coste añadido: la superficialidad, el vacío y la saturación.
Han puesto por delante la cantidad antes que la calidad.
¿Cómo podrán entonces conseguir vidas llenas y gratificantes?
Por otra parte, la mente y el cuerpo no están preparados para sostener tal nivel de estimulación. Los cerebros de los adolescentes de hoy van a velocidad 2x.
No queda espacio para la divagación mental, el aburrimiento o la introspección. Tienen un sistema nervioso vulnerable, que tiende a fácilmente desregularse y esto les afecta inevitablemente, tanto a nivel personal, social como académico.
Es urgente, por tanto, que puedan rebajar su ritmo y conectar más a menudo con la calma.
Si alguna vez paran, es muy difícil que puedan hacerse preguntas importantes, como quiénes son, qué les gusta o qué quieren.
Llegan a la edad de los veinte perdidos, sin ningún esbozo de la dirección que deben seguir y entonces aparece el miedo, la angustia o la apatía crónica, quedando instalada la creencia “no soy capaz”.
Invitamos suavemente a los jóvenes a experimentar con otros sabores en la vida, con otros estados mentales. Para que puedan empezar a mirar hacia adentro, a expandir sus mentes.
Invitémosles a encontrar la belleza en lo sutil, en la cocción lenta. A oír la gratificación de las cosas difíciles. Animémoslos a tomar un rol activo en sus vidas, a adquirir autonomía y seguridad para afrontar los retos.
Acompañémoslos desde la distancia en el viaje de descubrirse a sí mismos.