Uno de los mayores retos a los que se enfrentan los jóvenes es la búsqueda de su identidad.
Durante su desarrollo, experimentan dudas, confusión y una sensación de no encajar en el mundo que los rodea. Aunque sus reacciones pueden ser difíciles de entender, éstas son sólo una manifestación de ese caos interno que, en cierta medida, es natural. La rebeldía o el comportamiento desafiante son formas de decir: “Estoy aquí, necesito ser visto y escuchado”.
Cuando esta búsqueda de identidad se viene amplificada por un trastorno de conducta, las situaciones se complican. Estos trastornos pueden generar conductas destructivas, impulsividad o dificultades para establecer relaciones saludables, deteriorando gravemente la comunicación con ellos.
Tras estas actitudes, a menudo hay un grito de ayuda, un deseo de ser comprendidos, aceptados y escuchados sin ser juzgados. Sin embargo, en muchas ocasiones, la reacción inmediata de los padres, educadoras o incluso de la sociedad es formular preguntas como: “¿Por qué has hecho esto?” o “¿No sabes que esto está mal?”. Aunque estas preguntas surgen de una preocupación genuina, a menudo son recibidas por los jóvenes como acusaciones, lo que genera una barrera emocional. En lugar de acercarnos a ellos, lo que conseguimos es interponer distancia e interrumpir cualquier intento de conexión.
Enfrentarse a una situación en la que se combina la necesidad de atención con el desbordamiento emocional es muy desafiante, tanto para los jóvenes como para los padres, profesoras u otras figuras de autoridad. Aquí es donde la escucha activa y la empatía juegan un papel fundamental. Es importante entender que tras cada acción y reacción hay un mensaje que necesita ser escuchado. El objetivo no es sólo corregir el comportamiento, sino comprender las causas profundas y proporcionar el apoyo emocional y psicológico adecuado para ayudarles a superar sus retos.
Y es fundamental entender que escuchar sin juzgar no significa permitir comportamientos destructivos o irresponsables, sino reconocer la lucha interna que existe tras estas conductas. De hecho, si no permitimos que el joven se exprese libremente y nos centramos únicamente en señalar lo que está mal, lo más probable es que estemos ignorando sus verdaderos sentimientos y necesidades.
